Se suponía que las elecciones de la ANFP del año 2010, iban
a ser un mero trámite para Harold Mayne-Nicholls, pues el hombre gozaba de gran
popularidad y prestigio, luego de que bajo su mandato se desarrolló uno de los
procesos deportivos más exitosos en la historia del seleccionado chileno de
fútbol. Todo marchaba bien en el proceso de renovar su investidura de presidente
de la ANFP, pero un punto en su plan de campaña llamó la atención de algunos;
ese punto era la distribución de las ganancias del canal del fútbol. Él, por
ese entonces, presidente de la ANFP, planteaba
una distribución equitativa, que
permitiera a los clubes más pequeños obtener más ingresos. Los regentes de los
clubes más poderosos, ante la propuesta de Mayne-Nicholls y sus posibles
consecuencias; no demoraron en crear una lista opositora con Jorge Segovia como
presidente y cara más visible, independiente del elegido, lo importante era que
asegura el continuismo de un sistema que favorece a los equipos denominadas
grandes. Los planes de trabajo que exhibían ambas candidaturas eran
prácticamente los mismos, salvo la repartición de las ganancias del canal del
fútbol. En los días previos a la elección hubo mucha guerra sucia por parte de
ambos bandas que no vale la pena recordar. La discusión era tensa, pero tomo un
cariz aun más complicado cuando Marcelo Bielsa, el brillante entrenador que
transformó un equipo mediocre en una máquina de jugar bien y ganar, supeditó su
continuidad en el cargo a la elección de Mayne-Nicholls como presidente de la
ANFP. En una conferencia de prensa inusual, Bielsa no intentó hacer
proselitismo político, solo hizo un manifiesto de sus valores como personas,
además recalcó que lo esencial del fútbol son los hinchas, aquellos individuos
que le brindan todo a su equipo sin condiciones. Al día siguiente de la
conferencia de Bielsa, se efectuaron las elecciones; ganó Segovia y no solo
perdió Mayne-Nicholls, perdió la selección chilena, perdieron los mismos clubes
chilenos, perdió aquel hincha ilusionado que nunca había visto jugar al equipo
nacional de manera tan deslumbrante, perdieron todos aquellos que creían en la
esperanza de un cambio real en el fútbol chileno. Segovia fue inhabilitado para
ejercer como Presidente, se hizo el llamado a nuevos comicios ahora con Ernesto
Corona y Sergio Jadue como continuadores ideológicos de Mayne-Nicholls y
Segovia, respectivamente. Revivía la esperanza de conservar a Bielsa, ganó
Jadue y no lo pudo convencer de continuar en el cargo de entrenador; el
rosarino sabía con qué clase de gente estaba tratando y se despedía dejando una
indeleble huella en el hincha nacional que supo valorar su dedicación,
honestidad y fútbol ofensivo
La nueva directiva debía buscar a un nuevo entrenador y el
escogido fue Claudio Borghi, respaldado por su palmarés en Chile y en Argentina,
por conocer a gran parte de los jugadores y, porque, según los dirigentes y
muchos otros que caen con frecuencia en los facilismos, su ideología de juego
basada en el ataque era muy similar a lo Bielsa, por lo que era ideal para
continuar con el trabajo del hombre de Rosario. Es curioso que se haya apostado
por Borghi como continuador de Bielsa, considerando las profundas diferencias
entre ambos. Si bien hay que reconocer que ambos entrenados le dan énfasis al
ataque, a un concepto de fútbol ofensivo, los métodos que emplean para
respaldar el concepto son disímiles. Bielsa quiere que sus equipos sean
dinámicos, vertiginosos, intensos; le gusta que sus jugadores hagan correr la
pelota rápidamente y utiliza una serie de jugadas previamente concebidas y
mecanizadas para luego ser ejecutadas durante el partido. Borghi, en cambio,
apuesta por un fútbol mucho más pausado, con la paciencia necesaria para la
apertura de espacios, sin tanta mecanización, otorgándoles mucha libertad a sus
jugadores. Existen muchísimas más diferencia entre ellos, pero están son la más
notorias, configurando un duelo entre el fútbol urgente de Bielsa y el paciente
de Borghi. Pasando a otro ámbito, el directivo, se puede decir que Bielsa procura
establecer una relación asimétrica entre él y los jugadores, mientras que
Borghi es partidario de crear vínculos íntimos con el jugador y confiar mucho
en él. Al parecer no eran tan similares como algunos decían. Estas diferencias
no tardaron en demostrarse en la cancha; al principio el equipo aún tenía
algunos conceptos bielsistas y jugó bien en los primeros partidos, pero
lamentablemente fue decayendo hasta terminar convertido en un equipo feble
defensivamente, falto de recuperación de pelota, incapaz de generar un número
aceptable de situaciones de gol y con bajo poder de concreción. Una versión
mucho más típica de un seleccionado chileno. A pesar de seguir obteniendo
buenos resultados el equipo de Borghi jugaba mal, llamaba más la atención por lo
que sus jugadores hacían fue del campo o por lo que Borghi ofrecía en
conferencia de prensa, muy alejado de lo expuesto en instancias anteriores.
Lógicamente, un equipo que jugaba mal y tenía tantos problemas de disciplina,
no podía terminar bien y así fue. Chile cayó en cinco partidos de forma
consecutiva, salió de la zona de clasificación directa para la Copa del Mundo y
las derrotas exhibieron sus falencias de forma más evidente. Después de la
quinta derrota Jadue decidió cesar a Borghi en su cargo de seleccionador
nacional en pleno camarín, a pesar que días antes lo había respaldado
públicamente, por lo tanto, el apoyo solo era de la boca para fuera y solo
buscaban obtener los resultados que querían sin importar el cómo, sí el cuándo
y el donde, buscando potenciar una
imagen de directivos consecuentes que no son.
Ahora el debate se ha trasladado a la elección del nuevo entrenador de la selección nacional y la competencia se reduce a dos nombres: Jorge Sampaoli y Gerardo Martino. Independiente de quien sea el escogido, el futuro seleccionador deberá aceptar hundirse un poco en la miseria, sabiendo que deberá convivir con unos dirigentes que han lacerado al fútbol chileno y que han lucrado de él sin sentir la más mínima emoción.
Al parecer todo lo maravilloso que vivimos bajo el mandato de Bielsa durante 4 años fue, en términos de Benedetti, solo una
tregua.