La acaricia, la pone bajo su suela, la hace viajar a través
del tiempo y, por sobre todo, la hace feliz. La relación que hay entre
Ronaldinho y una pelota de fútbol es de amor puro. Aunque ese vínculo estuvo
muy cerca de romperse; desde antes de su
salida del FC Barcelona, donde sacudió al mundo y consiguió el título de rey
del fútbol mundial, el astro ya daba signos manifiestos de un proceso de
decadencia en su carrera futbolística. Partió a Italia y luego volvió a su
país. Algo había pasado, Ronaldinho ya no era el mismo, su talento seguía
intacto y cada tanto hacia gala de el para demostrar que no había desaparecido,
pero el gaúcho ya no era feliz jogando
futebol.
Ahora en el Atlético Mineiro parece haber recobrado la alegría de hacer magia con un balón en sus pies. No tiene ni la velocidad ni la explosión de antes, pero se las arregla para dar exquisitos pases a sus compañeros, anotar uno que otro gol, enfurecer a sus rivales hasta el punto de recibir brutales patadas y , lo más importante para deleitar y sacarle sonrisas a los amantes del buen fútbol con su inmensurable calidad, algo que va en su esencia.